Por Julio Yovera.
Este 9 de diciembre ha
pasado desapercibido en la memoria del país y del pueblo. Ningún medio masivo
de comunicación, ningún partido político o movimiento cultural, recordó la batalla
que selló la independencia del Perú de la dominación española.
Una vez más, demostramos que
frente al pasado tenemos memoria corta y frente al futuro padecemos de un leucoma
que nos impide mirar hacia el mediano y largo plazo que se anuncia de manera
brumosa.
La batalla de Ayacucho se
realizó el 9 de diciembre de 1824. De manera formal, la independencia se
proclamó el 28 de julio de 1821, pero España, como cualquier otro imperio, no
renunció a sus dominios y hasta que no fueron derrotados en el campo de batalla
se negaban a admitir los hechos. No olvidemos que la corona española se aferró
a su colonia hasta más allá de 1936 y tuvo que ser derrotada en el combate del
2 de mayo de 1866, para que aceptara que como imperio no iba más.
Los cronistas e
historiadores de la batalla en la Pampa de la Quinua registran el sacrifico y la
hazaña de los héroes, que convertidos en relámpagos, recorrían el escenario de
la confrontación. Y, en efecto, esos seres fueron de aquellos que saben que si
se asume el coraje que dan las causas justas, se abren las puertas de la
inmortalidad
Así aconteció con los jefes guerreros: Antonio José de
Sucre; Agustín Gamarra; Guillermo Miller, José María Córdova, José de La Mar, Jacinto
Lara. Todos ellos conformaban la jefatura del Ejército Libertador de América
del Sur.
Bien vale la pena hacer la
siguiente reflexión: No era éste un ejército continental? Lo era y es que para
el sentido común de la burguesía criolla y emergente, la suerte del Perú era
también la suerte de nuestro continente.
También nos merece reflexión
lo que el poeta alemán y militante comunista (para escozor de la derecha) Bertolt Brehct decía en uno sus inmortales
poemas ¿por qué no registra las historia los nombres de la gente sencilla que
también hizo historia?
En esta batalla también estuvieron
los Quispe, los Mamani, los Sulca, los Juan Mazorca, Los Pedro Papa. Nadie
habla de ellos; pero que estuvieron en el frete de batalla, pues, estuvieron;
matando y muriendo por una patria, por un país libre. Sueño que todavía no se
alcanza.
Los dos proyectos
emancipadores quedaron truncos: los de las poblaciones nativas que encarnó
Tupac Amaru II y el proyecto de los sectores criollos revolucionarios. Los dos
fueron hechos a un lado por una burguesía que quisiera que todos se vuelvan
amnésicos y que solo se entretengan en una contienda donde las cofradías
entreguistas compiten con ventaja.
No seamos hechuras de su
vocación apátrida. Hagamos lo que debemos. Y en fechas como ésta, recordemos y
honremos a todos los que en el campo de batalla lucharon y murieron por ideales
superiores. Aquí queda sembrada en el alma esa frase hermosa que Javier Heraud
diría casi siglo y medio después:
“Porque mi patria es hermosa
corno una espada en el aire,
y más grande ahora y aun
más hermosa todavía,
yo hablo y la defiendo
con mi vida”.
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