Por Julio Yovera.
La crisis de la izquierda no es exclusivamente generacional.
Si así fuera, su recuperación sería sencilla, bastaría darles a los jóvenes la conducción
de las organizaciones políticas de izquierda existentes. El relevo generacional,
visto como un asunto cronológico y biológico, no significa un salto de calidad. Las
limitaciones ya históricas de la izquierda tienen que ver con factores de mayor
significatividad.
Veamos el discurrir de la izquierda peruana.
Después de la etapa auroral de Mariátegui, los sectores
socialistas y comunistas fueron perdiendo el horizonte que el Amauta esbozó
para un Partido en una sociedad como la nuestra; él no se quedó en el análisis clasista
de la economía y la superestructura, como proponía el dogma, sino que estudió el
tema de las nacionalidades nativas, de las comunidades “indígenas”, el de las
nacionalidades. Con su partida temprana, su pensamiento se hizo a un lado.
Después, yerros tras yerros, como aquél de apoyar a
supuestos representantes de una supuesta burguesía nacional, llegando al excesos
el de calificar a Prado como el “Stalin peruano”. Los que tuvieron la responsabilidad
de conducir el Partido, se convirtieron en una capilla desligada de las bases,
sin una real ligazón con el movimiento obrero y campesino; lo que aprovechó el
APRA.
En los 50s, Odría asumió el poder y los comunistas fueron perseguidos.
Muchos camaradas ejemplares partieron al destierro.
En los 60s, dos corrientes de renovación asomaron en los dos
partidos populares más importantes. Una al interior del APRA y otra desde el interior del P.C.
Posteriormente, desligados de sus respectivos partidos, se formaron el MIR y el Ejército de Liberación Nacional. El
objetivo histórico estratégico: ir al socialismo; y, el objetivo preciso
programático: acabar con la servidumbre y resolver el problema de la tierra a
través de la reforma agraria.
Esos movimientos fueron derrotados militarmente. La Reforma
de Velasco hizo parcialmente las medidas por las cuales se dieron los
movimientos guerrilleros. Quedaron en el recuerdo y en la historia esas
acciones. Y como la experiencia nacionalista no se sustentó en la población
organizada, se produjo una contrarreforma y la derecha volvió al redil y
desmanteló lo avanzado.
En los 60s y los 70s, la izquierda se arraigó en sectores
sociales importantes. En el magisterio se formó el SUTEP; en el campesinado, la
CCP lideró jornadas de tomas de tierras, y la CNA encarnó una propuesta de
gestión agraria, la CGTP retomó la representación de los trabajadores; la FEP,
la de los estudiantes. Esa fue una acumulación de las fuerzas de izquierda cuyo
logro más importante fue la derrota de la dictadura. En ese devenir, crecieron y se hicieron símbolos
Emiliano Huamantica, y, posteriormente, Horacio Zeballos.
La vuelta a la democracia formal, proceso iniciado después
del paro del 19 de julio de 1977, significó el retorno de un gobierno pro
sistema y el inicio de un largo periodo de violencia de un grupo que a nombre
del Partido Comunista prometía avanzar por el sendero luminoso de José Carlos
Mariátegui. Todos los actos criminales que cometió, incluyendo el asesinato a líderes
populares, militantes de izquierda, gente sencilla, nada tenían que ver con lo
que era y es un proceso transformador y menos con el pensamiento del Amauta; y
sin embargo, fue la izquierda la que cargó con un pasivo que no era suyo. La
derecha y el imperialismo hábilmente asociaron izquierda con terrorismo y
violencia.
Pese a ello y gracias a su propia acumulación vasta y
dispersa, se pudo lograr la unidad con I.U. y
se conquistó el gobierno local de Lima. Después vino la debacle.
La primera derrota importante de aquel periodo fue un autogol.
La izquierda fue incapaz de conservar su unidad. No se tuvo en cuenta algo
elemental: jamás se une nada desde la diferencia sino de las coincidencias. Es
difícil para un sector no informado ni avisado entender por qué existe
diversidad de izquierdas, como también es difícil entender cómo es que los
dirigentes con sostenibilidad cognitiva propia no han podido entenderlo.
Las izquierdas no son lo mismo en términos ideológicos y doctrinarios.
El error, que en gran parte explica su crisis es desentendimiento que la ideología
en un frente de izquierda importa o debería importar nada o muy poco. Ningún
intento de unidad será coronada con éxito si se pretende construirlo desde las
diferencias ideológicas.
La unidad de la izquierda y de los sectores progresistas
debe ser Programática. ¿Qué objetivos tiene la unidad? ¿Solo obtener curules? ¿Puede
ser la izquierda en todas sus gamas, desde la marxista hasta la progresista,
una alternativa de gobierno y de poder? ¿Es sinónimo de reformismo y traición
el camino electoral?
Eso debe estar sobre la mesa de un debate alturado. El no
tenerlo en cuenta esto hizo estallar a la IU y ha impedido la unidad en las
tres últimas décadas.
De otro lado, la izquierda peruana no ha hecho estudio e
investigación. Se ha nutrido (o desnutrido) de gremialismo y no ha hecho
ninguna trabajo serio por interpretar la realidad nacional. Mariátegui ha sido
un maestro con escasos discípulos. Los más notables son sin duda: Alberto
Flores Galindo, Iván Degregori, Wilfredo Kapsoli. De los sobrevivientes de la
lucha guerrillera, Héctor Béjar es un intelectual destacado. No hay, a
diferencia del 60 y 70 un colectivo de intelectuales y artistas de izquierda.
Es explicable entonces por qué desde que se inició la
ofensiva neoliberal la izquierda no ha hecho ningún estudio serio sobre las
clases sociales en el contexto de la globalización. El capitalismo del Perú,
hasta mediados de los 70s tenía rostro; hoy el capitalismo es un sistema sin
rostro. Posiblemente eso hace difícil un estudio.
Cuando la izquierda ha estado en la conducción de los
espacios de gobierno, no se ha diferenciado sustancialmente de la gestión de la
derecha. Sin imaginación, se posesionó de los gobiernos para administrar la
rutina. Sin capacidad de imaginar ni soñar nada nuevo ha hecho y ha repetido lo
que cualquier opción política del sistema hace. Hasta en la práctica de la
coima y la corrupción siguió las huellas de la derecha. Gestiones como la de
Alfonso Barrantes y conductas como la de Javier Díez Canseco son un modelo y un
ejemplo que marcan la diferencia.
La izquierda necesita autoevaluarse y renovarse
integralmente, más allá de lo generacional, más allá de la coyuntura.
De renovarse integralmente será un referente medular para quienes
apuestan por el futuro.
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